Marco Schneider, Arianna Modena, Francesca Zuccalà, Alessia Galimberti
RESUMEN
Este trabajo propone una reflexión teórica/clínica sobre el concepto de resistencia hacia la terapia por parte de sujetos adolescentes.
La posibilidad de que un paciente, especialmente un adolescente, manifieste un comportamiento de resistencia en terapia puede ser bastante elevada. Esto depende de varios factores: tanto de la calidad del sufrimiento psíquico presentado por el paciente como de las dimensiones culturales típicas de nuestra sociedad occidental, entre las que se incluyen altos niveles de narcisismo, un enfoque específico en las dimensiones de libertad individual y autodeterminación, y una reticencia generalizada a confiar y depender de los demás. Cuando el paciente es un adolescente, esta probabilidad de manifestar resistencia incrementa debido a las propias características de la fase adolescente, que fisiológicamente plantea una serie de problemas respecto a las relaciones interpersonales y la posibilidad de confiar en los demás.
La resistencia al tratamiento psicológico es un fenómeno que cuenta con una larga tradición de estudio, que inicia ya en la conceptualización psicoanalítica clásica de Freud (Freud, 1900/2010, traducción libre). El padre del psicoanálisis se ocupó ampliamente de la resistencia, caracterizándola como un fenómeno que obstaculiza el cambio y protege al sujeto del contacto con contenidos psíquicos dolorosos.
En este artículo pretendemos integrar la visión clásica de la resistencia con aportaciones de autores posteriores, como Kernberg (1975, 1984), Gabbard (2015), Safran y Muran (2000) con la visión sistémico-relacional, con el objetivo de destacar cómo la evolución de la conceptualización de la resistencia en terapia ha permitido un cambio de enfoque desde la idea de un mecanismo defensivo intrapsíquico a la de una modalidad relacional compleja y rica en significados comunicativos en varios frentes.
Aquí se propone una lectura de la resistencia hacia la terapia que bebe de la tradición sistémico-relacional, entendiendo este comportamiento como un indicador significativo del posicionamiento del sujeto tanto hacia el contexto terapéutico como hacia su contexto de pertenencia, informativo en este sentido del funcionamiento del sistema familiar del paciente. La distinción entre los dos tipos principales de resistencia (“en” y “al” tratamiento), parte integrante de la “Teoría de la Resistencia” (Schneider, 2021b, 2025), se presenta en este trabajo destacando los aspectos específicos de la comunicación y los objetivos hacia el sistema familiar del sujeto.
PALABRAS CLAVE: adolescencia, resistencia en terapia, psicoterapia, oposición, sistema familiar, teoría relacional, psicología sistémica.
INTRODUCCIÓN
Como es bien sabido, la adolescencia representa una fase fundamental y delicada del desarrollo humano, durante la cual se produce la transición de la infancia a la edad adulta. En este lapso de tiempo, que las conceptualizaciones más recientes sitúan entre los 11-12 y los 18-20 años, el individuo experimenta transformaciones significativas a nivel biológico, psicológico, cognitivo y social que contribuyen progresivamente a la formación y definición de una identidad estable y madura. A diferencia de la infancia, los adolescentes experimentan una fase de desarrollo caracterizada por la inestabilidad, la ambivalencia, la búsqueda de sentido y el aumento de la libertad personal, la libertad de movimiento y la autodeterminación.
En esta fase, el cuerpo, en continua transformación, se ve especialmente afectado por la influencia del sistema hormonal, que inicia la maduración sexual; al mismo tiempo, se activan procesos cognitivos complejos como el pensamiento abstracto y la introspección, que llevan al sujeto a cuestionarse a sí mismo, el mundo y su propio futuro. Las relaciones con los iguales adquieren un papel central, mientras que los vínculos familiares se redefinen ante la creciente necesidad de autonomía (Schneider, 2021a). En este escenario, es frecuente observar en los niños una tensión interna entre los impulsos de crecimiento y la necesidad de protección, entre el deseo de emancipación y el miedo a la pérdida. Esta tensión también puede expresarse a través de un comportamiento disfuncional, de oposición o de retraimiento, que, si se sitúa en un contexto clínico, también puede adoptar la forma de resistencia al tratamiento psicológico.
Es crucial distinguir entre el comportamiento de resistencia “normal” (i.e. fisiológico) de un niño y el comportamiento oposicionista problemático, entendido este último como la psicología sistémica como el signo y al mismo tiempo el resultado de una dinámica familiar disfuncional a varios niveles, sobre la que es necesario intervenir adecuadamente.
Puede ocurrir que los chicos en terapia experimenten ciertos temores que reduzcan la confianza en el psicólogo, como el miedo a que se apropie de sus pensamientos más íntimos. Otros adolescentes pueden mostrar una fuerte necesidad de independencia y autonomía que les empuje, por un lado, a querer preservar al máximo su “intimidad” y, por otro, a querer resolver sus problemas de forma autónoma, aunque no dispongan de las herramientas adecuadas. En este sentido, por lo tanto, algunos adolescentes pueden ser poco cooperativos con respecto a la terapia de una manera que podría definirse como “fisiológica”, es decir, vinculada a dimensiones que pertenecen a aspectos típicos de la adolescencia, sin entrar necesariamente en el campo de la patología del vínculo terapéutico.
En la terapia, en cambio, el clínico puede registrar la presencia de conductas de resistencia fuertemente vinculadas a dinámicas familiares disfuncionales específicas, que encuentran sustento precisamente en las conductas de resistencia de los adolescentes: en estos casos, los adolescentes pueden manifestar actitudes de oposición y no colaboración que no sólo van más allá de los límites fisiológicos normales de la resistencia, sino que también son fundamentales para el funcionamiento psicológico de su familia.
Por ejemplo, un chico puede mostrar resistencia para “proteger” determinados arreglos relacionales o, por el contrario, “activar” a sujetos ajenos a la familia para cambiar una situación relacional vivida como intolerable.
En breve veremos cómo la evolución del concepto de resistencia, a la luz de la perspectiva sistémica, ha permitido reconocer un importante componente comunicativo, estratégico y relacional en este comportamiento, un componente que ciertamente revela aspectos del funcionamiento interno del paciente, pero también mucho sobre su posición en la familia y la propia dinámica familiar.
Como se subraya en la introducción, la presente contribución pretende exponer la teoría de la resistencia distinguiendo dos formas fundamentales de la misma: aquella “en” el cuidado y aquella “al” cuidado (Schneider & Bertolazzi, 2021; Schneider, 2025), interpretando la resistencia como una dinámica relacional portadora de significado, capaz de orientar tanto la comprensión clínica como la intervención en contextos terapéuticos con adolescentes.
EL CONCEPTO DE RESISTENCIA: EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS
El concepto de resistencia ha constituido históricamente uno de los núcleos fundantes de la teoría y la práctica psicoterapéutica para muchas orientaciones, incluida la psicodinámica, desde las primeras elaboraciones de Freud.
Sin ninguna pretensión de exhaustividad, pero a modo de referencia general, se recuerda aquí que en la teoría psicoanalítica clásica Freud introdujo el concepto de resistencia entendiéndolo como un mecanismo inconsciente que impide el acceso a contenidos mentales reprimidos, en particular deseos, impulsos y recuerdos dolorosos o conflictivos. Por ejemplo, en “La interpretación de los sueños” (Freud, 1900/2010), Freud describe una de las posibles formas de resistencia en el hecho de que la mente del sujeto activa una “censura” que deforma los contenidos inconscientes, obstaculizando así, con fines defensivos, la emergencia a la conciencia de material psíquico previamente reprimido. Más tarde, en “Ricordare, ripetere e rielaborare” (Freud, 1914/2006), el padre del psicoanálisis profundiza en el tema de la resistencia, observando cómo ésta emerge en la relación analítica sobre todo a través de la repetición de conflictos internos, que impiden al paciente elaborar y recordar acontecimientos traumáticos.
Durante el siglo XX el concepto de resistencia fue reelaborado y ampliado, también dentro del enfoque psicodinámico, por diversos autores. En particular, Kernberg (1975, 1984), trabajando con pacientes con trastorno de personalidad, enfatizó la centralidad de la resistencia como defensa destinada a proteger la frágil estructura del “self” en pacientes con funcionamiento límite y narcisista. Según el autor, la resistencia no es sólo una defensa contra el dolor psíquico, sino también una expresión del modo en que el paciente mantiene una coherencia interna, oponiéndose al cambio.
Dentro de la perspectiva psicodinámica contemporánea, Gabbard (2015) describe la resistencia en psicoterapia como la tendencia del paciente a resistirse al cambio durante el tratamiento, manifestando un deseo implícito de mantener el statu quo. Este fenómeno surge a menudo como un obstáculo para el proceso terapéutico, ya que el paciente puede evitar cambiar los patrones establecidos mientras participa en el proceso terapéutico. La resistencia, por lo tanto, según la línea de este autor, puede ser vista como una defensa que protege al paciente del dolor asociado a los cambios profundos.
Si, como hemos visto muy brevemente, las conceptualizaciones clásicas de matriz psicodinámica han entendido esencialmente la resistencia al tratamiento como un factor obstaculizador que, por diversas razones, impide al paciente alcanzar un cambio válido a través de la vía terapéutica, el pensamiento científico sobre la resistencia también ha evolucionado en otras líneas.
En este sentido, se han considerado las dinámicas presentes en el sistema terapéutico compuesto por psicólogo y paciente. Como ejemplo, Safran y Muran (2000) destacan el carácter interpersonal de la resistencia, que se manifiesta en la relación entre terapeuta y paciente como una forma de negociación y lucha por el control del proceso terapéutico. Estos autores destacan la importancia del instrumento de la metacomunicación como ayuda para afrontar las rupturas de la alianza terapéutica provocadas también por la resistencia y para fortalecer la relación terapéutica. En este marco, la resistencia se convierte en un valioso indicador relacional que invita al terapeuta a reflexionar sobre su propio posicionamiento, sus respuestas contratransferenciales y la calidad del encuentro terapéutico.
Este pasaje permite considerar la resistencia en terapia ya no sólo como un rechazo al tratamiento o como una evitación debida a dinámicas intrapsíquicas, sino como un fenómeno relacional ligado, por ejemplo, a dificultades para dar confianza, para exponerse emocionalmente, para tolerar la dependencia del otro o para emprender un proceso de cambio, sobre todo si se percibe como amenazante. Así, la resistencia se convierte en un elemento específico a observar y tratar dentro del proceso terapéutico.
Posteriormente, y gracias a la aportación de la psicología sistémico-relacional, la atención se ha centrado en los aspectos relacionales y “triádicos” de la resistencia. Desde esta perspectiva, en la base de los comportamientos resistentes puede haber motivaciones ligadas a las relaciones familiares: el paciente puede temer, por ejemplo, que “cambiando” pierda algunas de las “ventajas” garantizadas por su sintomatología o, más en general, puede querer preservar equilibrios relacionales ya existentes que, en cambio, se pondrían en cuestión si “cambiara”.
En concreto, la psicología sistémica ha prestado gran atención al análisis relacional y triádico de los fenómenos de resistencia, evaluando dichos comportamientos sobre todo a la luz de las relaciones del sujeto con su contexto de origen y pertenencia.
Gracias a esta visión abierta de las dimensiones relacionales y sistémicas, el concepto de resistencia a la terapia ha adquirido una importancia creciente y un papel cada vez más central en el proceso de comprensión del paciente y de su familia.
RESISTENCIA “EN” EL TRATAMIENTO Y “AL” TRATAMIENTO
La “Teoría de la Resistencia” (TR) fue desarrollada por uno de nosotros tras una experiencia significativa en un contexto en el que es muy común que los pacientes muestren resistencia: el contexto judicial y, en particular, el contexto penal juvenil.
Varios colegas participaron en la elaboración de la teoría de diversas maneras y a lo largo del tiempo: además de las coautoras de este trabajo, Arianna Modena y Francesca Zuccalà, Alice Annibale, Dara Bertolazzi, Arianna Rossi y Elisa Scaramella.
En las siguientes líneas se reconstruyen los pasos más significativos en la elaboración de la “Teoría de la resistencia”.
Una primera publicación sobre el tema data de 2018: un artículo publicado en la revista “Family Therapy” titulado “Cuando el riesgo es la prisión. Psicoterapia con jóvenes infractores” (DOI: 10.3280/TF2018-118001), de M. Schneider. El trabajo se centra en adolescentes de entre 14 y 18 años denunciados ante las autoridades judiciales italianas por cometer uno o más delitos, que presentan comportamientos oposicionistas y escasa cooperación con los trabajadores psicosociales y el sistema judicial. El artículo pone en evidencia como, en este ámbito, las metodologías tradicionales, centradas en tratar de activar preliminarmente la motivación intrínseca del joven para obtener una alianza terapéutica “espontánea”, resultan insuficientes, hasta el punto de que es necesario un replanteamiento de los enfoques de intervención. La propuesta del artículo se refiere a la necesidad de no contrarrestar la resistencia del joven al itinerario psicológico con el objetivo de una “transformación” de su personalidad, sino de reconocerla como un constructo clínico fundamental y como un posible recurso relacional. En particular, se observa que a menudo, en el contexto penal, la adhesión de los adolescentes al itinerario terapéutico no proviene de un auténtico deseo de cambio o de “arrepentimiento” por lo que han cometido, sino más bien de una motivación instrumental dirigida principalmente a evitar sanciones penales más duras. En esta dinámica, el terapeuta asume el papel de “aliado táctico” del joven, ayudándole a transformar estos objetivos inicialmente oportunistas en comportamientos más coherentes y adaptativos, acompañándole progresivamente en un proceso de reelaboración de la identidad. El terapeuta se sitúa, en la propuesta de este artículo, en una posición estratégica dentro del sistema judicial, actuando como “puente” entre el joven y la autoridad de justicia penal. Su papel va más allá del mero cumplimiento de un mandato institucional: de hecho, se configura como un facilitador que promueve la responsabilidad subjetiva, entendida como la capacidad del joven de atribuir sentido, intencionalidad y dirección a sus propias acciones, incluso las ilegales.
Posteriormente, en un trabajo de 2020 publicado en el Nº 1 de la revista “Quaderni SIRTS” (Revista Científica de la Sociedad Italiana de Investigación y Terapia Sistémica –www.sirts.org/quaderni ) titulado “Adolescentes infractores. Posibles estrategias de intervención terapéutica penal juvenil con jóvenes no cooperadores“, (DOI: 10.48299/QS1-2020-001-001), de M. Schneider, se propone un enfoque estratégico de trabajo con estos jóvenes que parte de una revisión del concepto de “contrato educativo-reparador” de Gaetano De Leo y se centra en cuatro aspectos clave: la doble comisión (el joven y la Autoridad Judicial), el posicionamiento del terapeuta como “puente” entre el joven y el juez, una gestión específica de la confidencialidad que contempla una comunicación activa del terapeuta con los demás sujetos implicados y, por último, el uso terapéutico de la instrumentalidad del joven. Este trabajo refuerza la idea de hacer del terapeuta un recurso para el joven, especialmente si es resistente, que puede utilizar la terapia para alcanzar sus objetivos en el proceso penal, fomentando al mismo tiempo el desarrollo de la responsabilidad y el reconocimiento de la autoridad.
En 2021 en un artículo titulado “El paciente resistente al tratamiento como recurso para el cambio familiar” (DOI: 10.48299/QS3-2022-003-013) publicado en el Nº 3 de los “Cuadernos SIRTS”, por M. Schneider y D. Bertolazzi, comenzaron a formalizar la “Teoría de la Resistencia” aplicándola también a pacientes adultos y proponiendo un marco teórico más articulado, que ve su centro en la idea de no considerar dicha conducta como un obstáculo a eliminar para luego trabajar “eficazmente” con el paciente, sino como un recurso para el cambio tanto individual como familiar. La resistencia se conceptualiza aquí como la expresión (aunque contraintuitiva) de un fuerte vínculo del paciente con su propio sistema familiar, hasta el punto de configurarse como un signo de profunda “lealtad” hacia la familia con el objetivo de mantener el equilibrio, aunque disfuncional, de la misma, o en otros casos como un “sacrificio” del paciente realizado para iniciar un proceso de cambio familiar. A través de una lectura sistémico-relacional en este trabajo se indican las reacciones más comunes de los familiares ante el comportamiento resistente de su ser querido, las formas más habituales de solicitar terapia para un familiar resistente y poco colaborador, y las expectativas implícitas de los familiares. También se esbozan algunas líneas estratégicas para transformar esta resistencia en una herramienta terapéutica eficaz. Se propone considerar la resistencia del paciente como un acto “político” destinado, por una parte, a evitar que problemas familiares profundamente arraigados perturben un frágil equilibrio familiar y, por otra, a afirmar con un gesto “fuerte” como la resistencia la propia individualidad respecto a un contexto relacional impregnado de dinámicas disfuncionales relacionadas con el poder (proponiendo así un cambio general en la familia): el paciente resistente es entendido como aquel que sacrifica su propia vida para intentar activar sujetos externos a la familia con el fin de provocar “necesariamente y sin posibilidad de dilación” cambios en la familia, en las dinámicas relacionales y en el posicionamiento.
En un texto posterior de 2022 titulado “Sexualidad, búsqueda de riesgos y comportamientos extremos en la adolescencia” (Schneider Edizioni, Milán), de M. Schneider, se informa de la presencia de una correlación significativa entre los comportamientos “externalizantes” de los adolescentes y las actitudes de resistencia. En concreto, se indica que los jóvenes que presentan este tipo de comportamiento externalizador también tienden a manifestar con frecuencia comportamientos de resistencia, expresándolos a través de la oposición, la falta de cooperación tanto con los padres como con otras figuras adultas de referencia (como profesores o entrenadores deportivos), comportamientos sexuales inadecuados y comportamientos de búsqueda de riesgos. Estos comportamientos se leen en clave comunicativa como una forma de “activar” el mundo adulto respecto a una presencia diferente con los chicos.
En 2024 se publicó un nuevo artículo en el Nº 5 de los “Quaderni SIRTS”, titulado “Una propuesta sistémica para la comprensión de las conductas externalizantes extremas de los adolescentes actuales“, (DOI: 10.48299/QS5-2024-003-030), de Schneider M., A. Hannibal, A. Rossi, E. Scaramella, en el que se señala que muchos de los comportamientos de resistencia de los adolescentes occidentales y las conductas “extremas” que muestran están en estrecha relación con el cambio moderno de los modelos educativos (de un modelo “normativo”, basado en normas claras y coherencia, a otro “afectivo”, basado en la comprensión y la aceptación emocional), pero también con una serie de factores macrosociales que han desempeñado un papel decisivo en las últimas cuatro décadas la globalización, las crisis económicas y sanitarias, los grandes flujos migratorios, la irrupción de internet y los medios de comunicación social, por citar sólo algunos, que han creado fuertes incertidumbres en las familias respecto a los mejores métodos educativos y relacionales a tener con sus hijos. A esto se añade cómo la sociedad occidental propone un modelo “performativo”, que hace hincapié en el éxito personal, la competencia y la eficacia. Estos cambios y condiciones han generado una crisis de referencia para los jóvenes, que se encuentran navegando en un mundo sin límites definidos y, al mismo tiempo, experimentan una presión constante para alcanzar metas elevadas. El comportamiento extremo de los adolescentes se vincula en este trabajo a bajos niveles de autoestima, a una autoimagen ideal alimentada por expectativas externas que ponen el acento en el rendimiento. Así, el fracaso o la frustración se vuelven intolerables y desencadenan reacciones emocionales extremas, incluidas formas obstinadas de resistencia.
En un artículo de 2025, publicado en los Cuadernos SIRTS (Número Especial “SIRTS en México”) titulado “‘externalizando’ adolescentes que no aceptan terapia” (DOI: 10.48299/QSS1-2025-003-041), de M. Schneider, se menciona explícitamente por primera vez la “Teoría de la Resistencia”. En esta obra, se identifican explícitamente dos formas distintas de resistencia: la primera, definida como “resistencia en la atención”, se caracteriza por la aceptación formal por parte del sujeto de un itinerario psicológico o, en general, de ayuda (educativa, social, etc.), acompañada, sin embargo, de la falta de colaboración del paciente/usuario. La segunda, denominada “resistencia al tratamiento”, implica en cambio un claro rechazo a hacerse cargo y a emprender cualquier tipo de itinerario psicológico o, más en general, de ayuda.
Entrando ahora más en el aspecto técnico relacionado con la “Teoría de la Resistencia”, vemos cómo “en” la atención es la más estudiada en la literatura y normalmente se interpreta como un fenómeno homeostático a nivel individual: el paciente se opone al cambio para preservar el statu quo y resistirse al “insight” o a las transformaciones personales, como subraya por ejemplo Gabbard (2015). La Teoría de la Resistencia, presentada aquí, propone una ampliación de esta perspectiva al incluir una dimensión relacional. En concreto, el sujeto puede, siguiendo un camino, rechazar el cambio no por fines puramente individuales, sino para proteger los equilibrios y dinámicas existentes con figuras significativas, salvaguardando así intereses relacionales específicos. Por lo tanto, TR también define este tipo de resistencia como comportamiento “homeostático”, pero se centra más en las dimensiones relacionales. El objetivo sigue siendo el de “no cambiar las cosas”, pero el significado es relacional, en el sentido de que el acto de “resistirse” se realiza para “proteger” y mantener sin cambios determinadas relaciones, por ejemplo, las alianzas, pero también en un sentido negativo los conflictos.
Dos viñetas clínicas pueden ayudar a comprender mejor este tipo de resistencia.
Federico pide a sus padres iniciar una terapia para la “ansiedad”. Durante las sesiones, a menudo no habla, comparte poco, dice que se siente mal pero no puede explicar por qué y coopera poco, no realiza las tareas que se le asignan. Cuando el terapeuta le pregunta para qué sirve la terapia, no puede responder. Insiste en continuar, pero el terapeuta está agotado y desarrolla una contratransferencia negativa. La familia no coopera, pues teme que la terapia revele cuestiones delicadas (en particular, relacionadas con casos judiciales en la familia de origen de la madre del chico).
Anna es una estudiante diligente y precisa. Dice estar enfadada con sus compañeros porque la excluyen. Sin embargo, ha construido un “muro” con sus padres, pero no explica por qué. Ella misma ha pedido terapia, pero no explica los motivos. A menudo se olvida de las citas y no avisa. Afirma que quiere continuar, aunque las sesiones le parecen “vacías” e inmóviles. Los padres están confusos y no hacen más que hablar de la niña y de su comportamiento. Esto les une mucho.
La resistencia “al” tratamiento, por otra parte, es un comportamiento menos estudiado a pesar de su relevancia clínica. Esto se debe probablemente al hecho de que los clínicos entran en contacto con estos pacientes con menos frecuencia, si es que lo hacen, excepto en determinados contextos, como el judicial, que, sin embargo, sólo se plantea de forma marginal objetivos transformadores de carácter terapéutico. La resistencia “al” tratamiento se manifiesta en un rechazo claro y casi total a emprender una vía terapéutica, a pesar de que la sintomatología pertinente suele estar activa. Los síntomas asociados a este tipo de resistencia suelen ser más graves que los de la resistencia “en” el tratamiento y el impacto en el contexto social y familiar de la persona resistente es más intenso. Este mayor impacto en el contexto relacional del paciente es un elemento importante a tener en cuenta a la hora de intentar comprender las razones por las que un sujeto se resiste tan enérgicamente a las ofertas de ayuda: según la “Teoría de la Resistencia”, este impacto genera una activación significativa del entorno (familia, escuela, instituciones, etc.). La resistencia “al” tratamiento, unida a la sintomatología a menudo evidente del paciente y al impacto de ésta en el sistema de pertenencia del sujeto, constituye de hecho un comportamiento de “activación de los otros” en la medida en que a menudo son las personas cercanas al sujeto resistente las que se activan para cambiar las cosas, solicitando intervenciones especializadas o, en algunos casos, implicando a la Autoridad Judicial.
Estas consideraciones permiten formular dos reflexiones importantes según TR: la primera es que la resistencia “en” el cuidado es un comportamiento activo y paradójico que evita el cambio adoptando un comportamiento de aparente voluntad de cambio. La resistencia “en los cuidados” ve de hecho al sujeto adherirse, al menos formalmente, a una vía y esto le induce a él, pero sobre todo a los demás a su alrededor a “bloquear” cualquier otra forma de activación, incluso en ausencia de “resultados” concretos, con el fin de esperar a que la vía produzca sus efectos de cambio. Este tipo de resistencia produce de hecho una situación en la que el paciente en primer lugar, pero también el terapeuta y todos los que le rodean están “inmóviles” y, por lo tanto, no se plantean otras opciones que la terapia porque en cualquier caso el paciente, aunque no cambie, “sigue una vía”.
La segunda consideración se refiere en cambio a la resistencia “al” tratamiento, que se entiende como un comportamiento más directo y claro que tiende en sus efectos pragmáticos a determinar una activación de los sujetos cercanos al paciente. El paciente, de hecho, a pesar de ser sintomático, no pretende en este tipo de resistencia adherirse a ningún proyecto de ayuda y cambio, y esto desencadena en sus allegados una serie de reacciones, por así decirlo “forzadas”. A menudo, de hecho, la sintomatología del paciente es tan evidente y a veces tan preocupante como para imponer, ante el rechazo del paciente a la terapia, que en cualquier caso ‘hay que hacer algo’, produciéndose así una activación de terceros con respecto al paciente. El hecho de que el paciente, con su negativa, no pretenda poner remedio a una situación que suele tener importantes efectos sobre terceros, es una condición que suele resultar intolerable para sus cercanos, colocando normalmente a los familiares en una posición que impone la necesidad imperiosa de ‘hacer algo’. Esto conduce en muchos casos, y desde luego con mucha más frecuencia que en el caso de la resistencia ‘en’ el cuidado, a la puesta en marcha de un proceso de activación de los familiares, que en diversas circunstancias tiene más probabilidades de transformar el propio contexto relacional del paciente, una transformación posibilitada precisamente por el rechazo del paciente a la cura.
En una perspectiva sistémica, el paciente que se resiste “al” tratamiento (y en particular el adolescente) puede considerarse un agente de cambio en la medida en que, si bien se opone formalmente al cambio, sienta las bases para que este proceso de cambio tenga lugar, principalmente por parte de los familiares y a menudo también en poco tiempo (dada la urgencia dictada por algunos comportamientos del adolescente).
Además de los efectos pragmáticos de los dos tipos de resistencia y sus objetivos implícitos, la TR también intenta definir algunas de las motivaciones subyacentes a la resistencia, dividiéndolas en nivel individual y familiar.
Por lo que respecta al nivel individual, la resistencia (tanto “al” tratamiento como “en” el tratamiento) puede ser ejercida por el sujeto cuando tiene una percepción de la inutilidad de la intervención propuesta o experimenta una falta de reconocimiento de sus necesidades individuales por parte de los profesionales y el psicólogo. La resistencia a la terapia también puede asumir una función instrumental, dirigida a mantener ventajas secundarias con respecto a la unidad familiar o al contexto social.
Por otra parte, en el ámbito familiar (es decir, con respecto al comportamiento de los miembros de la familia), el comportamiento de resistencia puede estar alimentado por el temor a las consecuencias que pueda tener para otros miembros de la familia la posible participación del niño en el tratamiento. En el caso de los servicios de protección de la infancia, por ejemplo, el temor se refiere a los niños más pequeños: se teme que el niño pueda revelar dinámicas o información que puedan perjudicar a otros miembros de la familia. En otros casos, se teme que el cambio del joven a la terapia pueda alterar los frágiles equilibrios familiares, como, por ejemplo, una relación de pareja conflictiva que ha quedado silenciada por los síntomas del susodicho. Sin embargo, la fuerza motriz de la resistencia también puede ser el deseo de la familia de mantener ocultos importantes secretos familiares, o puede estar alimentada por sentimientos de ira y resentimiento hacia los servicios y los operadores, quizás debido a experiencias negativas anteriores de la familia con los servicios o con el sistema terapéutico en su conjunto.
CONCLUSIONES
El concepto de resistencia, históricamente arraigado en la tradición psicoanalítica, se ha transformado progresivamente en una categoría compleja y multidimensional, capaz de integrar aspectos intrapsíquicos, relacionales y sistémicos. En la adolescencia, este concepto adquiere especial relevancia, ya que permite interpretar los comportamientos oposicionistas o disfuncionales no como meros obstáculos al tratamiento, sino como expresiones significativas del mundo relacional del sujeto y de sus alianzas más significativas.
A través de la distinción entre resistencia fisiológica y patológica y entre resistencia “en” el tratamiento y “al” tratamiento, propuesta por la “Teoría de la Resistencia”, es posible articular una lectura compleja de las formas en que los adolescentes se relacionan con la terapia y con los contextos de ayuda, captando no sólo sus miedos, defensas y ambivalencias sino también y sobre todo las señales y objetivos implícitos de este comportamiento.
La “Teoría de la Resistencia” se propone como una forma de leer el comportamiento de resistencia del paciente y del familiar hacia la terapia capaz de integrar las diferentes reflexiones producidas por la perspectiva psicodinámica con la visión sistémica, invitándonos a considerar la resistencia como un comportamiento activo que “habla” a muchos sujetos al mismo tiempo y que por esta razón es un recurso clínico que hay que acoger, comprender y utilizar.
En la perspectiva sistémico-relacional, de hecho, la resistencia no puede configurarse como un simple comportamiento individual, sino que debe leerse de forma “circular” como el resultado y al mismo tiempo el productor activo de dinámicas familiares, escolares y/o institucionales complejas.
Desde el punto de vista terapéutico, el reconocimiento del tipo correcto de resistencia manifestada por el paciente y la comprensión de los significados no sólo individuales sino también familiares relacionados con ella representan una vía privilegiada para conocer a un paciente determinado y a su familia, pero también para reforzar la alianza terapéutica.
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Traducción de Arianna Modena, Francesca Zuccalà y Alessia Gallimberti
Autores
1 Marco Schneider, psicólogo clínico y psicoterapeuta sistémico-relacional, vive y trabaja de forma privada en Italia. Es Director del Master en «Clínica Sistémica del Adolescente» para la organización italiana de formación «Spazio Iris» (www.spazioiris.it ), para la que también es profesor del Master de Formación Avanzada en Psicología «Adicciones Patológicas». Es experto en familias problemáticas y adolescencia. A lo largo de su carrera ha trabajado, entre otros, en la cárcel de menores «C. Beccaria» de Milán (Italia), en el «S.O.S. Telefono Azzurro» (Teléfono de emergencia para la infancia y la adolescencia), en varios Servicios Públicos para jóvenes infractores, para familias en dificultad en colaboración con el Tribunal de Menores, para la Neuropsiquiatría Infantil Hospitalaria. Desde 2019 es Editor Jefe de la revista «Quaderni SIRTS», revista de la Sociedad Italiana de Investigación y Terapia Sistémica, fundada en 1985 por Boscolo y Cecchin. Forma parte de la Junta Directiva de la Sociedad Italiana de Investigación en Terapia Sistémica (www.sirts.org), es miembro de la Sociedad Europea de Terapia Familiar (EFTA – CIM) y de la Sociedad Italiana de Psicología y Psicoterapia Relacional (SIPPR). Imparte regularmente conferencias en Italia y en el extranjero y participa como ponente en congresos internacionales. Es autor de varios artículos científicos sobre la adolescencia problemática y de tres volúmenes sobre la adolescencia.Es autor de varios artículos científicos sobre la adolescencia problemática y de tres volúmenes sobre la adolescencia. Se ocupa del tratamiento psicológico familiar de jóvenes difíciles y de la terapia con pacientes resistentes y poco colaboradores.
2 Arianna Modena, licenciada en Ciencias y Técnicas Psicológicas, con experiencia en el apoyo a menores en situación de fragilidad, adquirida a través del trabajo en el ámbito educativo, con escuelas, servicios de infancia y asociaciones. Ha participado en actividades de rehabilitación en hospitales.
3 Francesca Zuccalà,licenciada en Ciencias y Técnicas Psicológicas y estudiante de Psicología Clínica y de la Salud: relaciones persona, familia y comunidad. Ha adquirido experiencia laboral en el campo de la discapacidad, en particular en el trabajo educativo y relacional con personas con síndrome de Down. Actualmente colabora con la Asociación Italiana de Esclerosis Múltiple – sección provincial de Milán.
4 Alessia Galimberti, licenciada en Ciencias y Técnicas Psicológicas con experiencia en contextos de protección de menores, en el ámbito psicosocioeducativo y en el trabajo con familias en dificultad. Actualmente desempeña funciones de ADM en el territorio de Milán. Además, tuvo la oportunidad de profundizar sus estudios en la Université Paris Nanterre, completando la redacción de su tesis de máster en el ámbito de la psicología del desarrollo y la protección de menores.



